1.4. GOBERNANZA Y ESPACIO PÚBLICO

1.4. GOBERNANZA Y ESPACIO PÚBLICO LECTURA HANNA ARENDT SEGUNDA PARTE, CAPITULO 5 CALAME - El territorio, pieza clave de la gobernanza del siglo XXI El principio de subsidiariedad activa constituye la clave de dos aspectos fundamentales de la gobernanza: el partenariado entre actores y la articulación entre las distintas escalas de la gobernanza, desde lo local hasta lo mundial. Permite repensar la responsabilidad de los actores, en particular de los funcionarios del Estado, e ir mucho más allá de una simple delegación de competencias tal como se la practica en las políticas de “descentralización”. La subsidiariedad es “activa” pues no se limita a hacer que lo local sea el nivel de elaboración de las respuestas concretas sino que lo transforma en realidad en el espacio privilegiado de implementación de principios directores elaborados en común. La subsidiariedad activa nos llevará así naturalmente a repensar el papel de la escala local, la “revancha de los territorios”, por lo que permite comprender, en particular, de qué manera se articulan y cooperan las distintas escalas de la gobernanza. El territorio local constituye el espacio en el cual podemos identificar de manera más concreta tanto a los actores como al surgimiento de los problemas y sus efectos. Lejos de ser un espacio abstracto y subsidiario, es el espacio por excelencia en el cual se establecen las relaciones entre actores y entre escalas de gobernanza. De ahí la necesidad de “pensar localmente” para entender una de las problemáticas principales de la gobernanza del siglo XXI: la “revancha de los territorios”. Calame ve el territorio local, (…) como el primer ladrillo de la gobernanza, la unidad elemental a partir de la cual se construye todo el edificio, desde lo local hasta lo mundial, según la lógica de una arquitectura cuyo principio estructural es la subsidiariedad activa. El territorio es el nivel en el cual la sociedad tiene una realidad concreta. Esto es tan cierto que la economía mundializada se organiza en torno a dinámicas urbanas y regionales más que a entidades nacionales. Es el nivel en el cual se puede organizar la movilización de los distintos tipos de capitales, tanto materiales como humanos, inmateriales y naturales. Es el nivel en donde la relación con los ecosistemas es inmediatamente tangible. Los territorios son también los espacios privilegiados de interacción y solidaridad, los “islotes de confianza” necesarios para el buen funcionamiento de la sociedad. También a escala de los territorios es donde podemos, desde un enfoque de ecología territorial, ocuparnos de que los subproductos de una actividad económica sean también materias primas de otra actividad, esforzándonos por “cerrar los ciclos de producción” dentro de una óptica de ahorro de materia y de energía. Es también la escala principal de organización de los servicios públicos. Es el nivel donde se pueden organizar sinergias entre las políticas públicas. Es el aprendizaje primordial y primero de una ciudadanía que debe extenderse hasta lo mundial. De la organización del espacio territorial depende, en un 70%, el consumo final de energía. Cuanto más importante se torna el tema de la gestión de las relaciones en la sociedad, más aparece el territorio como la escala natural de gestión de esas relaciones. El problema de este tipo de enfoque es que la sociedad evoluciona constantemente, las ciudades no dejan de expandirse en el espacio. La distinción entre mundo urbano y rural en sus bordes es cada vez más ficticia. El mundo de hoy, y en particular el territorio, es un sistema complejo de relaciones e intercambios. El desarrollo busca valorizar, mejorar y manejar los distintos sistemas de relación. La gestión territorial requerirá un buen conocimiento de estos sistemas y un aprendizaje de las múltiples maneras de enriquecerlos. El territorio deja de aparecer como una superficie geográfica o una entidad administrativa y política que define un interior y un exterior y se convierte en la encrucijada de relaciones de diversa índole. De donde radica la importancia de las relaciones que nos lleva a volver a territorializar el pensamiento. El territorio adquiere entonces dos formas: 1) superposición de relaciones esenciales, entre problemas, actores, humanidad y la biosfera, un espacio prioritario de valorización de los bienes que se multiplican al compartirse; y 2) lugar en donde se organizan las relaciones entre los niveles de gobernanza. la problemática tradicional de “pensemos globalmente y actuemos localmente” se invierte. Hay que pensar a partir de lo local. Para pensar las relaciones sólo podemos pensar con los pies en la tierra, partiendo de las realidades locales. (…) hay una realidad más general: partir del territorio obliga a partir de realidades concretas, de actores de carne y hueso y de vínculos reales en lugar de manejar sistemas abstractos para los cuales finalmente ya no hay criterios que distingan lo falso de lo verdadero. (…) Es al nivel del territorio que podemos cuestionar los modelos de desarrollo actuales y los sistemas mentales y conceptuales que los fundan. En lo local, es donde mejor podemos describir las patologías de esos modelos, interrogar la realidad de las necesidades a satisfacer y esbozar alternativas. En todos los países del mundo, las lógicas de la globalización económica tienen efectos hasta el nivel más local. Un campesino de Malí, es afectado por la organización mundial de filiales de producción y de comercialización del arroz o por los subsidios que los Estados Unidos dan a sus productores de algodón, lo característico de la mundialización es que cada fragmento de la sociedad mundial contiene, de alguna manera, los genes de dicha sociedad en formación y, así, es posible acceder a la totalidad a partir de una comprensión íntima de cualquiera de sus fragmentos. si volvemos a la subsidiariedad activa, el territorio aparece al mismo tiempo como el punto de aplicación de principios rectores definidos a otra escala, el espacio de cooperación entre los distintos niveles de gobernanza y el lugar a partir del cual se piensa, se evalúa y se abren nuevas pistas. (…) el desarrollo de las ciencias, de las técnicas y de los sistemas de información nos ha hecho cada vez más ignorantes de nuestra propia realidad concreta. (…) El desarrollo de herramientas operacionales de gestión de las relaciones múltiples a escala de un territorio constituirá, en las próximas décadas, uno de los campos de innovación más prometedores para la gobernanza. el sistema industrial nacido del siglo XIX, la organización del mercado y del Estado y, todo lo que ha transformado a los territorios en espacios abstractos sin cualidad y reemplazado a las comunidades por individuos intercambiables, no habrá sido más que un paréntesis de la historia. La revancha de los territorios se extiende incluso a ámbitos como la educación o la ciencia que, transmitiendo o elaborando saberes universales, parecen tener que ser desterritorializados por su naturaleza misma. Pero no es así. La Agenda para el siglo XXI que se elaboró a partir de la Asamblea Mundial de Ciudadanos es extremadamente explícita al respecto. La futura transformación de la educación y de la ciencia será paralela a la de la gobernanza y obedecerá a las mismas razones: si los desafíos del mundo actual apuntan a la consideración de las relaciones, la educación y la ciencia deben contribuir a afrontar prioritariamente esos desafíos. Nicolas Bouleau, matemático y profesor en la ENPC (Escuela Nacional de Puentes y Caminos), aporta al respecto una observación especialmente interesante. Según él, hay dos tipos de ciencia. La primera, que se ha vuelto hegemónica en los últimos dos siglos, se ocupa de formular principios verdaderos en todo contexto. (…) Pero existe otra ciencia, nos dice Nicolas Bouleau, tan rigurosa como la primera, que se formula de la siguiente forma: “en toda situación yo puedo encontrar una respuesta satisfactoria a la cuestión planteada”. Este segundo tipo de ciencia es el más apropiado para nuestra situación actual y, como ya se habrá notado, su enunciado se parece mucho al del principio de subsidiariedad activa. Se trata de una ciencia que se desarrolla en situación. ¿Dónde puede hacerlo mejor que a escala de un territorio? Si, tal como sostiene Edgar Morin, el primer objeto de la educación consiste en permitir que el futuro adulto comprenda la condición humana y maneje el mundo complejo, ¿dónde podrá hacerse eso de mejor manera que a escala territorial y partiendo de una enseñanza con raíces en el territorio? El aprendizaje de la ciudadanía confirma aún más el lugar fundamental que ocupa el territorio dentro de la educación. Implica poder transformar su entorno, formular sus responsabilidades y remitirse a actores concretos. Presupone también, en la institución de las comunidades, una capacidad para definir reglas juntos. Esto sólo es posible en situaciones concretas, arraigadas en un espacio y con actores identificados.

No hay comentarios: